domingo, 3 de abril de 2011

Nietzsche y el platonismo: perspectivas sobre el hombre


La concepción dionisíaca y apolínea de la vida en el mundo griego antiguo 

       En su obra juvenil "El nacimiento de la tragedia", Nietzsche cuestionó la valoración tradicional del mundo griego que situaba en la Grecia clásica (el siglo de Pericles) el momento de esplendor de la cultura griega, considerando a Sócrates y Platón como los iniciadores de lo mejor de la tradición occidental, la racionalidad. Frente a esta interpretación, Nietzsche da más importancia a la Grecia arcaica, la del tiempo de Homero, y sitúa en el siglo V a. C. el inicio de la crisis vital del espíritu griego. El pueblo griego antiguo supo captar las dos dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultar ninguna de ellas, y las expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos. Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era también, según Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y representaba la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el mundo como una totalidad ordenada y racional. Para la interpretación tradicional toda la cultura griega era apolínea, concibiendo al pueblo griego como el primero en ofrecer una visión luminosa, bella y racional de la realidad. Nietzsche consideró que esta interpretación es correcta para el mundo griego a partir de Sócrates, pero no para el mundo griego anterior. Frente a lo apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos, dios del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución de la individualidad; los griegos representaban en Dionisos una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que fue relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. La grandeza del mundo griego arcaico estribaba en no ocultar esta dimensión de la realidad, en armonizar ambos principios, considerando incluso que lo dionisíaco era la auténtica verdad. Sólo con el inicio de la decadencia occidental, con Sócrates y Platón, los griegos intentan ocultar esta faceta inventándose un mundo de legalidad y racionalidad (un mundo puramente apolíneo, como el que fomenta el platonismo). Sócrates inaugura el desprecio al mundo de lo corporal y la fe en la razón, identificando lo dionisíaco con el no ser, con la irreali­dad. En sus obras posteriores, Nietzsche desarrolla esta idea del inicio de la decadencia occidental en la Grecia clásica: Platón instauró el error dogmático más duradero y peligroso: "el espíritu puro", el "bien en sí", el platonismo o creencia en la escisión de la realidad en dos mundos ("Mundo Sensible" y "Mundo Inteligible o Racional") . Este dogmatismo es síntoma de decadencia pues se opone a los valores del existir instintivo y biológico del hombre. La degeneración de la cultura en virtud de la filosofía griega triunfó en la cultura occidental con el ascenso de la moral judeocristiana y del monoteísmo, pervirtiendo desde la raíz el mundo occidental. Así, la crítica de Nietzsche a la cultura occidental se refiere a todos los ámbitos: la filosofía por inventar un mundo racional, la religión un mundo religioso y la moral un mundo moral; en definitiva, la decadencia del espíritu griego antiguo supuso el triunfo de lo apolíneo sobre lo único real, según Nietzsche, lo dionisíaco, el “espíritu de la tierra”.

Las raíces de la cultura occidental: el platonismo

Nietzsche nos ofrece la siguiente descripción de los  momentos de la historia de la decadencia occidental:

1. Mundo griego hasta el siglo de Pericles (s. V a.C.): es la época de esplendor del mundo griego pues no se ocultan dimensiones fundamentales y trágicas de la vida (lo irracional, la temporalidad, la enfermedad y la muerte). Sus dos grandes construcciones espirituales, el arte trágico y la religión politeísta, junto con la moral heroica de la excelencia y del valor, afirmaban la vida, cuya expresión simbólica adquiría su máxima densidad en la reivindicación de lo dionisíaco.
2. Inicio de la decadencia: Eurípides, Sócrates y Platón. Con ellos comienza la cultura occidental y la decadencia respecto del tono vital ante­rior; dan lugar al “platonismo”, o creencia en la existencia de un Mundo Verdadero, Objetivo, Bueno, Eterno, Racional, Inmutable, y el desprecio de las categorías de la vida (el cuerpo, la sexualidad, la temporalidad, el cambio, la multiplicidad e individualidad,...). Ellos dan lugar a la Ciencia y la Metafísica y a las condiciones que permiten la aparición de la Religión y la Moral.
3. Presencia del cristianismo: el cristianismo es  “platonismo para el pueblo”, y con él las ideas exclusivas de uno pocos, los filósofos, se extienden a todos los hombres: el dualismo ontológico y antropológico son de dominio público; el mundo inteligible de Platón pasa a ser lo Infinito o mundo divino, el mundo sensible el mundo terrenal, el alma se opone al cuerpo. El cristianismo influirá en la filosofía puesto que  todos los filósofos son en el fondo teólogos; con el cristianismo comienza la moral de los esclavos.
4. Edad Moderna: comienza la crisis del “platonismo” y del cristianismo. La propia filosofía prepara la “muerte de Dios”, el empirismo, la Ilustración y ya en el siglo XIX el materialismo cada vez más pujante muestra el carácter ilusorio de las creencias anteriores.
5. Actualidad: la Edad Contemporánea es una época de crisis y Nietzsche encuentra en la “muerte de Dios” el fundamento básico de esta crisis: aquello que había servido de orientación a toda la cultura desaparece del horizonte y el hombre se encuentra desorientado. Esta crisis es necesaria para la aparición de una nueva forma de estar en el mundo, para la aparición de un hombre nuevo (el superhombre) y de una nueva concepción de la vida (la que identifica la voluntad de poder con la esencia de la realidad).
 
Platonismo es toda teoría que escinde la realidad en dos mundos: un mundo verdadero, dado a la razón, inmutable y objetivo, y un mundo aparente, dado a los sentidos, cambiante y subjetivo. La filosofía y la religión son una forma de platonismo y defienden la misma concepción de la realidad, aunque con palabras distintas. Platón articuló con precisión y radicalidad esta tesis básica del pensamiento occidental; por lo demás, el platonismo, gracias al cristianismo, se ha instalado en la cultura y viene a ser la actitud de todos los hombres de nuestra civilización. Para el platonismo la realidad no cambia y lo que cambia no es real; el auténtico ser es inmutable. La filosofía nace con el paso del mito al logos y la superación de las des­cripciones del mundo basadas en la imaginación y la narración metafórica por las descripciones racionales, precisas y objetivas, que ofrecen conceptos antitéticos (ser/apariencia, razón/sentidos, alma/cuerpo, lo permanente/el cambio, unidad/multiplicidad). Estas creencias están ya en los presocráticos –excepto Heráclito, al que Nietzsche respeta– pero adquieren su más radical expresión en Sócrates y en Platón. Nietzsche es el filósofo que más lejos ha llevado la reivindicación de la vida y la corporeidad, del ámbito en donde se dan “la muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento”, y por lo tanto la superación del platonismo. Nietzsche explica la aparición del platonismo mostrando que dicho actitud es interesada y consecuencia de la no aceptación de la realidad en toda su crudeza, la realidad como lugar en el que se da la vida, el orden, pero también la muerte, el caos...; la cultura occidental se inventa un mundo (objetivado en Dios gracias al cristianismo) para encontrar consuelo ante lo terrible del único mundo existente, el dionisíaco. La filosofía nietzscheana es el intento más radical de la historia del pensamiento de superar el platonismo y defender la tesis opuesta: la existencia de un mundo irracional y carente de sentido trascendente, la vida.


Cómo el «mundo verdadero» acabó convirtiéndose en una fábula.

Historia de un error


El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, -él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis «yo, Platón, soy la verdad».)

El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso («al pecador que hace penitencia»).
(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, - se convierte en una mujer, se hace cristiana ... )

El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida, nórdica, königsberguense ).

El mundo verdadero - ¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido?...
(Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo.)

El «mundo verdadero» -una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga,-una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno del bon sens [buen sentido] y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres.)

Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA [comienza Zaratustra].)

De los despreciadores del cuerpo.
Friedrich Nietzsche

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben
aprender ni enseñar otras doctrinas, sino tan sólo decir adiós a su
propio cuerpo - y así enmudecer.

«Cuerpo soy yo y alma» - así hablaba el niño. ¿Y por qué no hablar
como los niños?

Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y

ninguna otra cosa; y alma es sólo una palabra para designar algo en el
cuerpo.

El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único
sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor.

Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, a la que llamas
«espíritu», un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran
razón.

Dices «yo» y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa más grande
aún, en la que tú no quieres creer, - tu cuerpo y su gran razón: ésa
no dice yo, pero hace yo.

Lo que el sentido siente, lo que el espíritu conoce, eso nunca tiene
dentro de sí su término. Pero sentido y espíritu querrían persuadirte
de que ellos son el término de todas las cosas: tan vanidosos son.

Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se
encuentra todavía el si-mismo. El sí-mismo busca también con los ojos
de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu.

El sí-mismo escucha siempre y busca siempre: compara, subyuga,
conquista, destruye. El domina y es también el dominador del yo.

Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra
un soberano poderoso, un sabio desconocido - llamase sí-mismo. En tu
cuerpo habita, es tu cuerpo.

Hay mas razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe
para qué necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?

Tu sí-mismo se ríe de tu yo y de sus orgullosos saltos. «¿Qué son para
mí esos saltos y esos vuelos del pensamiento? se dice. Un rodeo hacia
mi meta. Yo soy las andaderas del yo y el apuntador de sus conceptos».

El sí-mismo dice al yo: «¡siente dolor aquí! » Y el yo sufre y
reflexiona sobre cómo dejar de sufrir - y justo para ello debe pensar.

El sí-mismo dice al yo: « ¡siente placer aquí!» Y el yo se alegra y
reflexiona sobre cómo seguir gozando a menudo - y justo para ello debe
pensar.

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su
despreciar constituye su apreciar. ¿Qué es lo que creó el apreciar y
el despreciar, y el valor y la voluntad?

El sí-mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se
creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí
el espíritu como una -mano de su voluntad.

Incluso en vuestra tontería y en vuestro desprecio, despreciadores del
cuerpo, servís a vuestro sí-mismo. Yo os digo: también vuestro
sí-mismo quiere morir y se aparta de la vida.

Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: -crear por encima de sí.
Eso es lo que más quiere, ese es todo su ardiente deseo.

Para hacer esto, sin embargo, es ya demasiado tarde para él: - por
ello vuestro sí-mismo quiere hundirse en su ocaso, despreciadores del
cuerpo.

¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí-mismo, y por ello os
convertisteis vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois
capaces de crear por encima de vosotros.

Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una
inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio.

¡Yo no voy por vuestro camino, depredadores del cuerpo! ¡Vosotros no
sois para mí puentes hacía el superhombre! -

Extraído del libro Así habló Zaratustra
Friedrich Nietzsche